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El pequeño triángulo conformado por el cruce de Wall Street, Pearl y Beaver Street en el sur de Manhattan revela los contrastes y las contradicciones más fuertes de nuestra sociedad de mercado.
La arrogante Wall Street, con su aire bursátil y la iglesia de la Trinidad (Trinity Church) que la enmarca desde Broadway cumple una función turística y simbólica para quienes la visitan camino a sus oficinas, lugares de trabajo o espacios de entretenimiento.
La semana pasada, la recorrí de un extremo a otro con poetas provenientes de diferentes lugares del mundo que habían llegado a la ciudad para participar en el noveno Festival de poesía de las Américas. Frente a la Bolsa de Valores, los escritores se hicieron fotos junto a la estatua de la Niña Valiente (Fearless Girl) de Kristen Visbal.
En otro momento, apremiados por el tiempo —que siempre es poco en Nueva York— tuvimos que tomar un atajo desde el cruce de Pearl y Wall Street para caminar por Beaver Street hasta llegar a Broadway. La acera norte de Beaver Street es el patio trasero de Wall Street y allí conviven la miseria, la locura, las adicciones y la desesperanza.
Un número significativo de desamparados duerme y hace sus necesidades fisiológicas en esa área. La acera norte de Beaver Street cerca de la calle Pearl es el espacio hacía el que gravitan las personas que no tienen un lugar para pasar la noche. Una de las mañanas en que tuve que tomar este atajo para llegar a tiempo a una cita, sentí vergüenza al importunar con mis pasos el frágil descanso de quienes trataban de dormir en las aceras, al llegar a Pearl Street tuve que contener el vómito pues la fetidez era insoportable. Aunque parezca increíble, en esta área de la ciudad los perros viven mejor que muchos seres humanos.
La experiencia de caminar por estas calles me llevó a una reflexión más amplia sobre la situación de la ciudad cuyos espacios públicos se han convertido en espacios de desamparo. Cada día se hace más difícil permanecer en una estación del metro sin sentirse en peligro pues abundan las personas en estados psicóticos que vociferan de forma agresiva.
También están los desamparados sin acceso a servicios sanitarios que ocupan vagones del metro y cuyas ropas, o pertenencias, emiten olores fétidos. En algunas ocasiones he tenido que soportar a personas que fuman o beben licor con aires de agresividad.
¿Dónde están los servicios sociales que estas personas necesitan? La pandemia trajo como consecuencia el cambio en ciertos patrones de desplazamiento, de uso de espacios y servicios públicos. El teletrabajo ha dejado los metros casi desocupados y los ha convertido en terreno fértil para la pauperización del sistema.
Por otra parte, el actual fiscal general de Manhattan —Alvin Bragg— ha fallado en su estrategia de comunicación y existe en la ciudad la sensación de que muchos comportamientos antisociales tienen la impunidad garantizada.
Carlos Aguasaco es escritor, académico y profesor en The City College of New York
Twitter: @aguasaco_carlos