Desde hace algunos años se viene hablando del concepto de Industria 4.0 y sus implicaciones sobre el futuro del trabajo. También acuñada Cuarta Revolución Industrial, este fenómeno refiere al acelerado proceso de transformación económica y social que atraviesa el mundo, producto de la automatización y mayor interconectividad, ambas posibilitadas por el surgimiento de nuevas tecnologías.
La robótica, la analítica de datos o big data, la virtualización, la inteligencia artificial, el internet de las cosas, entre otros descubrimientos en los que se sustenta esta revolución, apuntan a transformar radicalmente las dinámicas productivas y laborales del mundo. Discutamos algunas de sus implicaciones sobre el mercado de trabajo.
El auge de la Industria 4.0 ha dado paso al surgimiento de nuevos oficios a una velocidad sin precedentes, imponiendo exigencias sobre las habilidades que el trabajador moderno debe poseer. Profesiones hace una década inexistentes, tales como creador de contenido en Youtube, diseñador de aplicaciones móviles, científico de datos, manejador de redes sociales, especialista de computación en la nube o conductor de Uber, hoy son comúnmente demandadas.
Más aún, profesiones que apenas están surgiendo, ya se perfilan como las más demandadas a 2030. Así lo estipula el Foro Económico Mundial, destacando entre los trabajos del futuro algunos tales como: auditor de sesgos de algoritmos, diseñador de hogares inteligentes, gerentes de equipos hombres-robots y pronosticador de riesgos cibernéticos.
Paralelamente, este proceso de aceleración digital también ha dado lugar a la automatización de oficios, y con esto a la desaparición de empleos. En efecto, El Foro Económico Mundial también estima que la adopción de tecnologías propias de la Industria 4.0 se traduzca en la pérdida de 75 millones de trabajos en todo el mundo para finales de 2022. Por su parte, la OCDE argumenta que el 14% de los trabajos en sus países miembros serán automatizados, mientras que el 32% corre el riesgo de ser parcialmente automatizado. Estas tendencias amenazan con pérdida de empleos significativas, en mayor medida, para aquellas personas con menores habilidades, entre estas los jóvenes.
Por otro lado, la creciente digitalización y mayor interconectividad han redundado en nuevas modalidades de trabajo. Hoy día, el trabajo remoto es un hecho. Pew Research Center reporta que cerca de 6 de cada 10 estadounidenses cuyo trabajo se puede realizar desde casa, están trabajando remoto. El apogeo de la Industria 4.0 también ha dado paso a la consolidación y masificación del gig economy y con esta a los trabajos de plataforma, que consisten en realizar actividades puntuales o trabajos temporales convocados a través de una plataforma digital y que no dependen de un empleador fijo, tales como Rappi, Glovo, Workana, entre otras. En muchos países, estos nuevos trabajadores no gozan de contratos de trabajo formal y no cuentan con previsiones sociales que garanticen el bienestar presente y futuro de los trabajadores.
La pandemia del COVID-19 actuó como un catalizador de estas transformaciones del mercado laboral, presionando a las empresas y gobiernos a tomar acción. De acuerdo con la Encuesta Global a Ejecutivos de McKinsey, las empresas han adelantado 4 años la digitalización de sus procesos de interacción con los clientes y operaciones internas, y alrededor de 7 años la habilitación de productos digitales. Un ejemplo es la duración para migrar a trabajo remoto que se estimaba en 454 días antes de la pandemia, y logró implementarse en tan solo 10 días cuando esta tocó puertas. De igual manera, los gobiernos de todo el mundo han dado un salto cuántico en la digitalización de sus servicios. Deloitte argumenta que los principales avances en el sector público se han visto en el escalamiento de la infraestructura digital, en la provisión de conectividad ciudadana y en la capacitación de la fuerza laboral en materia digital. Lo que sugiere que cambios previstos como lejanos en el mercado de trabajo, están aquí o a la vuelta de la esquina.
A la luz de estos retos y la velocidad con que se avecinan nuevos, la cantidad y calidad de los trabajos del futuro dependerán de las decisiones que tomen los hacedores de políticas en torno a ellos. Los gobiernos deben apostar a la reconversión de las habilidades, introduciendo más y mejores esquemas de formación continua que les permiten a sus trabajadores mantenerse a la par de las exigencias de esta Cuarta Revolución Industrial.
Deben empujar la educación formal tradicional hacia una fundamentada en el desarrollo de competencias digitales y crear programas de estudio flexibles que permiten la incorporación de nuevas temáticas demandadas por el mercado laboral. Asimismo, los países deberán realizar adaptaciones a sus marcos normativos para atender las necesidades específicas de trabajadores cuyo estatus laboral es ambiguo, o no está normado, como es el caso del trabajo remoto en muchos países. También deberán definir mecanismos para proteger a aquellos cuya protección social queda merced del destino, como es el caso de los trabajadores de plataformas.
Desarrollar habilidades, palear el desempleo y asegurar que las nuevas modalidades de trabajo no vayan en detrimento de la calidad de vida del trabajador no es tarea fácil. Por algún lado hay que comenzar. Recomendación, trabajemos con los más susceptibles a sufrir las consecuencias negativas de estos cambios, trabajadores con pocas habilidades y jóvenes que recién ingresan al mercado laboral cuyos niveles de retorno a la inversión prometen. El futuro de las arcas públicas de su respectivo país se lo agradecerá.
Katherine Javier es economista especializada en desarrollo económico y análisis y evaluación de políticas públicas. Es egresada del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, The University of Manchester y Columbia University. Para discusiones interesantes, síguela en Twitter @KatherineJavier