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He sido enfermera de los hospitales públicos de la ciudad de Nueva York durante 28 años: primero en Health + Hospitals/ Lincoln Hospital del Bronx, y, ahora, en el Hospital Harlem de Manhattan. Los hospitales públicos de nuestra ciudad son un salvavidas para la comunidad proveniente de América Latina; especialmente para las y los inmigrantes indocumentados. Pero ese salvavidas está en peligro, a causa de la falta de personal por renuncias y falta de contrataciones de puestos vacantes. A nuestros hospitales públicos les faltan 2 mil enfermeras, y otros miles de puestos vacantes están siendo ocupados por costosas enfermeras y enfermeros de agencias de empleo temporal, lo cual le cuesta a la ciudad cientos de millones de dólares cada año.
Mediante huelgas exitosas y nuevos contratos que obtuvieron aumentos históricos para los y las enfermeras del sector privado en la ciudad de Nueva York, la desigualdad en nuestros salarios ha aumentado aún más: una enfermera recién titulada que trabaje en el sector público enfrenta ahora una desigualdad de pago de 19 mil dólares en su primer año. Yo todos los días hablo con enfermeras jóvenes que me dicen que no tienen cómo sostenerse si siguen trabajando en el Hospital Harlem con un pago tan bajo. Vivimos en la misma ciudad que nuestras colegas del sector privado; nuestros gastos son los mismos, el costo de vida es el mismo para nosotras; el trabajo que hacemos es exactamente igual de esencial. Entonces, ¿por qué nuestro pago es muchísimo más bajo?
¿Acaso nuestros pacientes no se merecen enfermeras con experiencia? Nosotras pensamos que sí. Por eso estamos luchando por un contrato justo con equidad de pago para las enfermeras del sector público de nuestra ciudad.
Aunque yo nací en Puerto Rico con ciudadanía estadounidense, me identifico con los inmigrantes neoyorquinos a los que tratamos en nuestros hospitales públicos, porque yo también llegué a esta ciudad sin nada y construí una vida aquí. Los hospitales públicos de la ciudad de Nueva York son parte esencial de la vida que he construido, no sólo como enfermera, sino como paciente y parte de la comunidad.
La primera vez que llegué a la ciudad de Nueva York con mi mamá y mis siete hermanos, no teníamos ningún seguro médico, y fuimos al Hospital Lincoln para recibir atención. Ahí fue cuando vimos lo mucho que esta ciudad acoge a las comunidades inmigrantes. Recibimos la mejor atención de calidad a pesar de que éramos pobres y no hablábamos inglés como lengua natal.
He dedicado mi carrera a los hospitales públicos, aunque podría haber ganado más trabajando en un hospital privado, porque quería dar a los demás la misma atención de alta calidad y el apoyo que mi familia recibió.
Mis cuatro hijos nacieron en el Hospital Lincoln, donde mi mamá, además, es paciente con cáncer. El Hospital Jacobi salvó la vida de mi esposo cuando tuvo una apoplejía cerebral. El día en que nació mi hijo más pequeño, yo estuve trabajando en Lincoln hasta la 1 p.m., y después di a luz a mi bebé, ahí en el hospital, a las 7:32 p.m., esa misma noche. Yo quise tener a mis hijos en el hospital público donde trabajaba: donde sabía que obtendríamos la mejor atención.
Yo trabajo en una clínica ambulante, en la cual ayudo a mis pacientes a guiarse a través de todo: desde hacer citas con el doctor hasta obtener el apoyo de trabajadores sociales. Gran parte de mi trabajo es hacer que mis pacientes tengan conocimiento sobre la atención a la que pueden tener acceso. Muchos inmigrantes indocumentados no se dan cuenta de que pueden acudir a cualquier hospital público y recibir toda la atención que necesitan, tanto si pueden pagar, como si no. Amo trabajar con nuestra comunidad hispanoamericana y con mis pacientes inmigrantes. Mi trabajo es enormemente satisfactorio y pleno.
Quiero que la próxima generación de enfermeros y enfermeras tenga la misma experiencia. Pero el trabajo está siendo cada vez más difícil. Cuando no hay suficientes enfermeras de cabecera, las que quedan tienen que trabajar el doble y quedan agotadas, lo que conduce a un ciclo de muchos cambios de personal. Muchas enfermeras no duran ni un año, o ni siquiera seis meses, en el empleo.
Cuesta más conservar nuestros sueldos bajos que pagarnos los sueldos que nos merecemos porque la ciudad gasta más del doble en enfermeras de agencias de empleo temporal, y los y las enfermeras y pacientes hispanos están pagando el precio. La única solución para acabar con la alta rotación de empleados y la falta de personal es subir el pago para las enfermeras de hospitales públicos y de agencias del Gobierno de la ciudad, de modo que sea competitivo con el pago en los hospitales privados.
Ése es el mensaje que las enfermeras y nuestros aliados estaremos enviando este 10 de mayo a las once y media en Foley Square. Si usted valora el cuidado que usted o un familiar suyo ha recibido, le pedimos que nos acompañe y levante la voz para salvar a nuestro sistema de salud pública y garantizar atención de calidad para todos, ahora, y para futuras generaciones.
Beatriz Lugo es una enfermera registrada